“Me voy a vivir a la casa de papá”, cómo enfrentar los planteos de hijos de padres separados
El otro día me consultó una mamá muy angustiada porque su hijo de 15 años había decidido mudarse con su papá. No había convivido con él desde la separación, a los 2 años de su nacimiento.
No es la primera vez que recibo en la consulta adultos confundidos y enojados por la decisión de sus hijos e hijas de cambiar su centro de vida y estas experiencias en general vienen acompañadas de angustia y culpa. También adolescentes que desean experimentar vivir con el otro progenitor.
Algunas veces tiene que ver con situaciones de maltrato o vínculos muy complejos entre madre e hijo o padre e hijo, donde los niños deciden ir a vivir a la otra casa buscando estar mejor. Otras veces, ante las restricciones y reglas de una casa, prefieren vivir en la otra donde sienten que podrán hacer un poco más los que le dé la gana.
Pero hay otras que están destinadas a una especie de exploración, una necesidad de conocimiento del otro progenitor, el que no ha pasado los años conviviendo al lado del hijo o hija.
“No hay una edad precisa para que un niño pueda manifestarse acerca de con quien desea vivir, esto corresponde al derecho de ser oído”, afirma el doctor Nicolás Martínez, abogado especialista en infancias, consultado para esta columna. “Lo óptimo es que se escuchen siempre los intereses de los niños. En los divorcios, por ejemplo, se afecta los intereses de los niños”.
Y continuó: “Se busca que a través de los abogados del niño que los mismos tengan representación en ese proceso de divorcio. No es habitual que se les pregunté: ¿Dónde querés vivir? ¿Dónde viven tus amiguitos? ¿Te gustaría cambiar de escuela?”
“Otras situaciones a tener en cuenta es cuando el derecho a ser oído entra en conflicto con el interés superior del niño. Por ejemplo, en el caso que un niño sea maltratado por uno de los progenitores, pero manifieste que desee vivir con el mismo, el juez deberá primar su integridad, es decir su interés superior. Cada situación es única y deberá evaluarse como tal”, reflexiona.
Fuera de estas situaciones dentro de contextos judiciales, muchas veces los hijos deciden migrar a otra casa, en la que no han vivido y solo han pasado fines de semanas, fiestas y algunas veces ni siquiera esos tiempos.
Puede ser muy doloroso escuchar que un hijo quiere vivir con el otro progenitor, el que queda suele sentirse traicionado e indefenso, lo que en general se asocia con sentimientos de fracaso en la labor de crianza, exclusión, desamor, falta de reconocimiento, pero no siempre es así.
En general, estas decisiones ocurren en la adolescencia que es una etapa de cambios y pruebas. Es natural que los jóvenes intenten alejarse de sus lugares conocidos y confortables para explorar nuevas realidades. Este alejamiento muchas veces les permite experimentar su propia identidad en construcción, buscar nuevas identificaciones y prepararse para la vida adulta.
A menudo, los adolescentes se sienten melancólicos sobre de etapas que no han vivido con el otro progenitor y hasta las idealizan. Buscar esa conexión los hace sentir que recuperan algo de su historia.
“¿Cómo hubiese sido vivir con papá?”, se preguntan. Y aunque el tiempo de la infancia no puede recuperarse, esta experiencia suele acercarlos a una posible respuesta.
Lo ideal sería ponerse de acuerdo entre los adultos para llevar adelante este proceso de migración, de una casa a la otra y de una forma de vida a otra también y hacerlo organizada y conscientemente entre todos. Pero no siempre los adultos tienen buena relación para poder llevar adelante tal tarea.
En los casos en los que no se puede, es importante también conocer los motivos que llevan al joven a realizar este desplazamiento físico y simbólico, escucharlo y atender sus razones, aunque no estemos convencidos que sea lo mejor.
El padre que lo recibe debería estar atento a la idealización de esta experiencia y poder estar disponible para esta transición. Alojar a un adolescente no es solo ofrecer techo y comida, es una sin número de actuaciones cotidianas que hacen que su vida esté canalizada y sostenida.
Para un adolescente expresar estos deseos genera sentimientos de culpa, ansiedad y miedo, porque sabe que uno de sus papás se decepcionará en un principio. Muchas veces la migración la hacen sin anuncios, quedándose primero más horas y luego días en la otra casa para evitar el conflicto.
La migración es un movimiento en busca de territorios óptimos, en cambio la emigración es un viaje sin retorno, por ello es importante trabajar para que sea un desplazamiento libre, de puertas abiertas para un ir y volver cuando su subjetividad lo requiera.
Juzgar la conducta del adolescente como un ataque personal o como un abandono, solo lo culpabiliza y aleja. Es muy importante escuchar, comprender y mostrar una actitud abierta ante esta posibilidad, siempre evaluando su bienestar superior.
Amenazar o generar remordimientos por sus deseos habla más del golpe al narcisismo del progenitor que se siente no elegido o reconocido que de la intención del hijo. Es un tiempo que puede servir para pensar en el recorrido juntos en la convivencia, para reflexionar que los hijos e hijas tienen sus propios anhelos y deseos y muchas veces son contrarios a los nuestros.
Lo cierto es que los vínculos se nutren más allá de la convivencia, lo hacen con la atención, la escucha atenta, la empatía, los límites y la amorosidad de poder desprenderse otorgando mayor autonomía, aunque nos duela o nos dé miedo. Confiar en las bases de crianza que hemos sembrado es una gran opción.
Siempre que la situación produzca malestar o desasosiego, que no pueda manejarse, la consulta con un profesional de la salud mental es necesaria tanto para los padres como para los hijos.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.