En el peronismo empiezan a ejercer presión para discutir el rol de Cristina Kirchner y La Cámpora
“Yo me manejo por hechos. No hay interna. Se inventa y siempre hay un par de vivos que quieren sacar algún provechito. Hay discusiones, como siempre hay en el peronismo”. Máximo Kirchner decidió bajar la espuma de la conflictividad interna que sufre el kirchnerismo desde que Andrés “Cuervo” Larroque se animó a cuestionar el liderazgo de Cristina Kirchner y apuntó contra La Cámpora. Interna que tiene a Axel Kicillof parado en el medio, haciendo el equilibrio que puede.
Fue esta semana durante una entrevista en el canal de streaming Gelatina. El líder camporista buscó despejar el campo de batalla dialéctico para calmar la tensión que atraviesa al espacio político. Lo hizo, fiel a su estilo, dejando mensajes entrelíneas. Diciendo sin decir. Mostrando apenas una punta de las cartas que tiene en sus manos. Así logró que el mensaje superficial sea más impactante que el de fondo.
Kirchner no quiso hablar de los cuestionamientos de Larroque – No lo escuche”, dijo entre risas- pero dejó en claro, sin nombrarlo, que la discusión pública que inició fue a destiempo. “Lo importante es construir. Quién es más inteligente o carismático, se verá más adelante”, dijo, en referencia a la edificación de una futura candidatura. En el mundo K cuestionan al “Cuervo” y lo acusan de estar peleando, junto a un grupo de intendentes que rodean a Axel Kicillof, por el armado de las listas legislativas del año que viene.
En La Cámpora apostaron a bajarle el tono a la interna abrazados al argumento de que varios dirigentes que son de la agrupación forman parte del gabinete bonaerense, como es el caso de Nicolás Kreplak (Salud), Daniela Vilar (Ambiente) y Juan Martín Mena (Justicia). En un segundo anillo aparecen Florencia Saintout (Presidenta del Instituto Cultural Bonaerense) y el ministro de Trabajo, Walter Correa. Ambos son muy cercanos al camporismo. “Yo los veo a todos al lado del Gobernador”, dijo el Kirchner, para negar que le estén socavando la conducción y la gestión.
En La Plata dan una versión similar. La relación de Kicillof con los ministros es buena y eso colabora para que la interna no se canalice a través de esos nombres propios. Sin embargo, no creen que Máximo Kirchner y su círculo más cercano estén exentos de toda culpa. Los resquemores están a la orden del día. Son vinculados al desgaste de la gestión de Kicillof a través de operaciones mediáticas sobre su capacidad de conducción y su vínculo con los intendentes.
Es una decisión política liberar esos reproches o mantenerlos dentro de una olla a presión. Pero, tarde o temprano, verán la luz. Porque existen y porque solo se pueden ocultar por un tiempo. Cada uno tiene una carta para ganar y otra para perder. Kicillof es consciente de que es el único dirigente del kirchnerismo que tiene votos y un perfil presidenciable. Es el eslabón necesario para que la fuerza sea competitiva y pueda mantener fuerte el bloque legislativo. Pero, al mismo tiempo, necesita de los votos que aún conserva CFK y que son cuidados como oro por el camporismo. Son dos caras de la misma moneda. Se necesitan aunque no se lleven bien.
Hay una sobreactuación de bienestar que no es tal, pero que podría servir para reducir los pases de factura y la escalada de reproches a la conducción K. Hacemos que nos queremos para evitar un desmadre que a nadie le conviene. De eso se trata. Pedir que la discusión se postergue es una forma de enfriar el intercambio de misiles y mantener firme el liderazgo de CFK. Eso quedará en claro si hay un punto en común donde ambos sectores entiendan que el silencio es la mejor opción para el complejo presente del esquema político.
Lo que suceda este sábado en el Plenario de las Multisectoriales y la Militancia “La Patria no se vende”, que tendrá lugar en Florencio Varela, marcará el pulso de la relación. Máximo Kirchner apostó a bajar la espuma de la interna. Ahora es el sector que responde a Kicillof el que expondrá su postura. El silencio o un mensaje relativizando la conflictividad interna, derivarían en una tregua. Lo más importante de todo es que hablará Kicillof. Sus palabras se decodificarán en forma milimétrica bajo el techo del peronismo.
Si el camino decidido es el contrario al silencio o el acercamiento, entonces el kirchnerismo volverá a quedar inmerso en un debate público sobre los liderazgos, los enojos y las traiciones. En el camporismo tienen en claro que todos los que hablan tienen luz verde de Kicillof, aunque en La Plata después lo nieguen. No se les pasa por alto, pero evitan facturarlo. Es un tira y afloje permanente. El esquema K está lejos de estar ordenado y sin grietas.
“Qué alguien diga tres hechos concretos de La Cámpora que hayan dañado a Axel. No hay. No existen”, indicaron en la agrupación ultra K. A diferencia de Máximo Kirchner, el círculo político de Kicillof no niega la tensión interna. El líder camporista la asume en forma disimulada, cuando dice que hay discusiones, aunque prefiera no referirse a los temas específicos de esos intercambios.
Diferente fue la situación frente a las declaraciones de Aníbal Fernández. El ex ministro los acusó de desgatar las gestiones de Alberto Fernández y Axel Kicillof, y de “tirar piedras” en forma permanente. Además despotricó contra el liderazgo del líder camporista. Se sumó así al intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, que decidió volver a combatir a la agrupación K. Ahora ya no está solo. Lo acompañan “Juanchi” Zabaleta, Facundo Moyano y Federico Martelli.
“Los pasacalles no tienen que decir “Nada sin Cristina”, tienen que decir “Gracias Cristina”. Ya está”, sentenciaron en ese pequeño esquema bonaerense, que tiene el objetivo de querer forjar una oposición al camporismo más voluminosa. Los reclamos van todos dirigidos a la agrupación ultra K. Y el tiro por elevación es para Cristina Kirchner, que los respalda.
La gran incógnita que se presenta en el peronismo es si los dirigentes que asomaron la cabeza y cuestionaron a La Cámpora, podrán juntar masa crítica y activar un debate interno que pueda llevarse a cabo tanto en público como en privado. Una discusión que no esté acotada solo a la competencia para presidir el PJ Nacional y el Bonaerense, y que derive en un reacomodamiento de la fuerza política.
Algunos creen que para que eso suceda, la coalición debe partirse. De un lado La Cámpora con sus socios y del otro un sector del peronismo bonaerense que está más dispuesto a empoderar a Axel Kicillof que a compartir una lista legislativa con la agrupación que conduce el hijo de la ex presidenta. Claro está que esa fragmentación sería una gran noticia para el Gobierno, que hoy encuentra en Unión por la Patria (UP) a la oposición más dura y activa.
“Si seguimos así, el peronismo se va a romper el año que viene. Si a Axel lo ordena CFK, puede terminar siendo Alberto Fernández”, analizó un intendente del conurbano con larga trayectoria. En el peronismo son muchos los que hacen hincapié en la necesidad de que la ex presidenta genere una mesa de decisión más horizontal y que el próximo candidato no quede señalado por su dedo. La ex presidenta siempre está inmersa en las hipótesis y proyecciones. Es el eje rector de todas las discusiones.
Máximo Kirchner reafirmó esta semana la idea que su madre planteó en Quilmes un par de semanas atrás, sobre la necesidad de que la dirigencia se ponga a defender el poder adquisitivo de la gente frente al ajuste fiscal. La billetera y el bienestar de la gente sobre las minucias de la política. La dirigencia preocupada por la agenda de la gente y no por la organización política. Pero es un ejercicio difícil de realizar. Hay mucho enojo acumulado contra el camporismo y muchas ganas de enfrentarlos, aunque sean muy pocos los que lo expliciten en público.
La línea que baja Cristina Kirchner es la de reducir la conflictividad en el interior del esquema político y que los dirigentes se enfoquen en la gestión y en la defensa del electorado que representan. Por eso la batalla que la agrupación decidió librar contra Aníbal Fernández fue corta y dura. No quieren que cada conversación del peronismo culmine en un conflicto interno, aunque saben que es muy posible que termine sucediendo eso.
En La Cámpora saben que la hilera de reproches y acusaciones puede ampliarse durante todo el año. La estadía en el llano opositor y la derrota electoral obliga a las diferentes terminales del peronismo a tratar de buscar una salida para que los comicios del año que viene no sean un nuevo puñal. Son varios los dirigentes que generan presión de abajo hacia arriba, transmitiendo que, en gran medida, la discusión renovadora se dará si Kicillof lidera y permite que lo encumbren.
Otros, en cambio, advierten que el gobernador bonaerense terminará cerrando un acuerdo con Cristina Kirchner y que la ex vicepresidenta podrá enfriar el conflicto y, al mismo tiempo, mantener su liderazgo. Ese que La Cámpora sostendrá con toda la fuerza, pese a los intentos de un sector del peronismo bonaerense de querer empujar a Kicillof a ese lugar de tanto poder que hace una década y media tiene CFK.
“Los liderazgos no se construyen en la carrera electoral. Se construyen después de una elección ganada. Y sino que le manden una carta a Cristina para pedirle que desaparezca”, sentenció un influyente dirigente de La Cámpora, donde entienden que el gobernador de Buenos Aires debe convivir con el liderazgo de CFK hasta tanto pueda, eventualmente, llegar a la presidencia.
Mientras tanto, Kicillof empezó a romper las barreras bonaerenses y a construir un nuevo perfil político de cara al 2027. Parte de esa idea la explican las actividades que desarrolló con los gobernadores de Juntos por el Cambio, Maximiliano Pullaro (Santa Fe), e Ignacio Torres (Chubut) durante los últimos días. Movimientos transversales para pensar su carrera política más allá de los límites del kirchnerismo.