Milei, dólar y precios: la pulseada por el cepo domina la agenda, pero el armado político sigue siendo crucial
Los números dominan en estas horas la agenda pública y combinan tensiones y algún respiro para el Gobierno. El dólar cerró la semana con una nueva escalada -el libre llegó a 1.500 pesos- y el anuncio de la inflación de junio -4,6%, cuatro décimas por encima de mayo- completó el día económico. Javier Milei celebró el dato del IPC con una chicana a economistas y operadores que pronosticaban cifras peores, al menos un punto por encima del mes anterior. Sonó a revancha o desahogo. Parte de una batalla que supera por mucho la narrativa, con eje en el cepo y con desafío político crucial para el Gobierno.
La semana que había arrancado con la firma del Pacto de Mayo terminó así con foco en la economía. Pero entre una y otra punta, se anotaron movimientos del oficialismo no atribuibles exclusivamente al tipio de reacciones presidenciales. Y que abren un interrogante sobre la “estrategia” del Gobierno, en especial en su trato con la oposición más predispuesta al diálogo y las organizaciones sectoriales, desde la CGT hasta los sectores del empresariado, en sentido amplio.
Quedó en claro que una batalla central está planteada en torno del cepo, es decir, el plazo para abrirlo. Las críticas al criterio oficial enhebran a economistas, operadores que dicen traducir las señales del mercado y también algunos legisladores de la oposición que acompañaron, con matices, la Ley Bases y el paquete fiscal. El Gobierno fue áspero e irónico con algunos de ellos pero, además, incluyó una carga dura contra un banco, con eco más amplio en el circuito financiero.
Las declaraciones de Milei fueron más allá de la reacción de un momento frente a las turbulencias financieras. Se repitieron. Y apuntaron sin mencionarlo por el nombre, pero con lectura sencilla, a un banco que identificó sin vueltas con crecimiento en base a negocios durante las eras kirchneristas.
Los movimientos posteriores no parecieron improvisados. Más bien insinuaron lo contrario, según se observa en el juego básico de la política. Luis Caputo salió a bajarle el tono cuando todavía resonaba la andanada presidencial y se dejaron trascender contactos suyos con directivos bancarios para distender el clima. Todo se explicaba como parte del papel que le tocó en su condición de jefe de Economía.
De todos modos, había algo más que matices en la forma de abordar el tema y presentarlo como un hecho aislado. Guillermo Francos también dijo que se trató de un caso, pero con el agregado de señalar que “casualmente” era la entidad aludida por Milei. Fue más lejos y en un párrafo incluyó una referencia al “club del helicóptero”.
El Gobierno venía de ratificar que la salida del cepo no será inmediata. De hecho, no tiene fecha precisa. Milei, que respaldó a Caputo y amplió el tema, dijo que deben darse pasos fundamentales en esa línea: sanear el Banco Central, encontrar un camino para “terminar con los puts” y llegar a un punto de convergencia entre la devaluación y una inflación ínfima. Casi en paralelo, se informó que existen tratativas con los bancos. Todo, en el contexto referido de tensiones y cruces.
Tampoco resultó ese un dato aislado del mensaje político más amplio. En el discurso que acompañó a la firma del Pacto de Mayo, Milei había planteado una confrontación entre quienes interpretan que se está produciendo un “cambio de época” y los que se oponen con dureza y buscan “boicotear” la gestión. Esa última descalificación con términos inquietantes -también usó el verbo “conspirar”- trasciende por lo visto al terreno económico.
Pero tal línea divisoria tiene a la vez efecto paradójico para Olivos. El armado político supone un ejercicio de amplitud lejano a los gestos de intolerancia del propio Milei. No existen señales de que el círculo presidencial asimile naturalmente el juego de apoyos matizados y diferenciación de los sectores “dialoguistas”, especialmente en el Congreso. Las pretensiones de alineamiento y subordinación complican incluso al más acotado espacio de aliados, con el PRO en primera fila.
La semana que viene sería firmado el decreto de convocatoria al Consejo de Mayo, que es presentado como expresión práctica del acuerdo firmado en Tucumán. Lo encabezaría Guillermo Francos y estaría integrado por representantes del Congreso -uno por cada cámara-, de los gobernadores y de organizaciones sectoriales, básicamente empresarios y CGT.
Se supone que se trataría de un ámbito para promover proyectos legislativos con base razonable de consenso, algo bastante más complejo que los títulos del Pacto de Mayo. Las primeras señales llegarán con la integración del consejo y los contactos iniciales.
El Gobierno aprovechó de entrada un gesto de la CGT, que resolvió postergar la convocatoria a otro paro y reclamar un encuentro con Julio Cordero. La cita con el secretario de Trabajo, ampliada, fue confirmada para el martes que viene. Algunos temas superan ese ámbito: por ejemplo, el reclamo sobre fondos para las obras sociales.
Fuentes del oficialismo también difunden el reciente cambio en la secretaría de Agricultura como una señal no sólo interna. La salida forzada de Fernando Vilella y su reemplazo por Sergio Iraeta fue explicada como una movida para mejorar la relación con los productores, es decir, con sus organizaciones. Se verá. En términos domésticos, se trata de una estribación de la disputa que precipitó la caída de Nicolás Posse.
Ocurre además que, en el caso de que tales decisiones expresaran una posición pragmática de búsqueda de acuerdos, resultan un dato nada menor las nuevas cargas de Milei contra los “degenerados fiscales” que atentan contra el “equilibrio” de las cuentas nacionales. Es la descalificación estrenada contra los legisladores -dialoguistas y del peronismo/kirchnerismo- que avanzaron con un proyecto de ley sobre movilidad jubilatoria, pendiente en el Senado.
El Gobierno enfrenta un tablero que no se reduce a una cuestión de “centralidad política”. En todo caso, supera un problema de cartel, también como mensaje a los mercados.