En el peor momento entre Milei y la CGT, hay señales de tregua que desafían las presiones por un nuevo paro general
Con el nuevo secretario de Trabajo en funciones, se insinúa una nueva etapa en la relación entre el gobierno de Javier Milei y el sindicalismo. Hay leves movimientos en ese traumático vínculo: Julio Cordero, el sucesor del desplazado Omar Yasín, es un abanderado del diálogo tripartito y mantiene sólidos lazos con gran parte de la dirigencia gremial, mientras el sector mayoritario de la CGT sigue resistiendo las presiones internas para declarar otro paro general y no descarta reunirse con el nuevo responsable libertario de las relaciones laborales para abrir algún canal de negociación.
Claro que también existe la posibilidad de que todo empeore entre la Casa Rosada y la CGT. Las condiciones están dadas para que la hipótesis más pesimista se afiance. La conflictividad sindical está aumentando al ritmo de las secuelas del ajuste económico y de la reforma del Estado. Los sindicatos del transporte, las dos CTA y la izquierda empujan a la central obrera para concretar cuanto antes otro paro general. Y muchos de los últimos acuerdos salariales que se pactaron por encima del 15% (el promedio de la pauta fijada por el Ministerio de Economía) se mantienen sin homologación oficial, algo que puede frenar el pago de los incrementos en algunas empresas y amplifica el malestar social, mientras se espera que la economía y el consumo sigan cayendo en los próximos 90 días.
Aun así, en el Gobierno apuestan a que Cordero pacifique al sindicalismo. Hay señales que, en un contexto de hostilidad, parecen auspiciosas para bajar las tensiones. Un puñado de sindicalistas poderosos llamó al flamante secretario de Trabajo para felicitarlo por la designación. Dos altos directivos de la CGT (Héctor Daer, de Sanidad, y Andrés Rodríguez, de UPCN) aseguraron ante empresarios reunidos en la Amcham: “No tenemos ningún problema en consensuar la reforma laboral”. Y los gremios de pilotos (del kirchnerista Pablo Biró) y de aeronavegantes (del moyanista Juan Pablo Brey) decidieron un paro de 48 horas justo cuando comienza Semana Santa, pero lo anunciaron con dos semanas de anticipación: quiere decir que están dispuestos a negociar.
El sucesor de Yasín tiene por delante una tarea demasiado compleja, aunque en el Gobierno creen que su posible convocatoria a la CGT para armar una mesa de diálogo puede desactivar el escenario actual de conflicto permanente. Por lo pronto, en la Casa Rosada desestiman la no homologación de las paritarias y, en cambio, prefieren que se revise uno por uno los recientes acuerdos salariales que superaron la pauta del 15% para verificar si responden a una mejora de la productividad y, por lo tanto, están justificados. En 2006, Néstor Kirchner logró que los sindicatos acepten un tope del 19% para los aumentos, que al año siguiente bajó al 16%, pero que lo hizo en un acuerdo que incluyó a empresarios y gremialistas y con el Sindicato de Camioneros, liderado por Hugo Moyano, como el estandarte de la política salarial al convertirse en el primero que convalidó las paritarias a la baja.
Hoy, en las antípodas ideológicas de Kirchner, Milei debe conseguir lo mismo: que los sindicatos accedan a negociar aumentos en sintonía con la inflación futura y no la pasada. El Gobierno ahora exhibe un dato que le da sustento a sus pretensiones porque la inflación de febrero fue del 13,2% mientras que la de enero llegó al 20,6%. “Es un numerazo”, se entusiasmó el Presidente. Cordero deberá revisar las paritarias pactadas por encima de esa cifra y lograr la adhesión de los gremios a la política salarial de Economía en un clima de creciente enfrentamiento con el poder sindical.
En la Casa Rosada sospechan que hay sindicalistas que acordaron aumentos por encima de las previsiones inflacionarias para complicar el escenario socioeconómico del Gobierno. En la vereda de enfrente, un alto jefe de la CGT se sinceró esta semana ante un colega: “Milei nos va a aplastar”. No dijo que ese es el deseo del Presidente, sino que dio por sentado que logrará hacerlo. En la intimidad, los dirigentes sindicales están desorientados: sus propias bases votaron mayoritariamente a quien prometía la motosierra, en contra de su militancia en favor de Sergio Massa, y ahora, según las encuestas, el primer mandatario conserva gran parte del apoyo de la sociedad mientras ellos se atrincheran para resistir los cambios y responden con el repertorio habitual de paros generales. “No podemos hacer un paro por mes”, se sinceró un prominente gremialista de discurso duro.
Un llamado al diálogo por parte de Cordero podría aportar una herramienta para salir de esta encerrona. Milei, anticipan en la Casa Rosada, no quiere recibir a la CGT: sigue creyendo que la pelea con sindicalistas” tan desgastados ante la gente” es pura ganancia para su gobierno. Pero en el oficialismo aseguran que el nuevo secretario de Trabajo tiene en mente un esquema de diálogo tripartito (Gobierno, empresarios y sindicalistas), que es fruto de tantos años desempeñándose como vicepresidente del departamento de Política Social de la Unión Industrial Argentina (UIA) y delegado ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por el grupo empleador de la Argentina.
Hay otro dato que juega en su favor ante los sindicalistas: apenas Milei ganó el balotaje, Cordero acompañó a Guillermo Francos, el actual ministro del Interior, en las reuniones secretas con dirigentes de la CGT para explicarles los alcances de la reforma laboral que, según prometieron, no iba a poner en riesgo su poder. El problema fue que la revisión final del DNU 70 estuvo a cargo de Federico Sturzenegger, un implacable enemigo del gremialismo, en la que introdujo una limitación a las cuotas solidarias de la que la CGT no estaba al tanto. Cordero quedó a salvo de la bronca cegetista.
Para la dirigencia de la CGT, el tablero actual es altamente explosivo. Sabe que no puede convocar a un paro con tanta frecuencia (es un ejercicio desgastante, sobre todo si se torna repetitivo y sin resultados concretos) y por eso definió que la estrategia actual es priorizar las protestas sectoriales de cada sindicato a la espera de que el deterioro de la economía, como imagina, ponga a la sociedad en contra de Milei y la próxima huelga tenga así un acatamiento masivo (algo que hoy no está garantizado).
En pocas semanas hubo medidas de fuerza de los estatales de ATE, los aeronáuticos, los ferroviarios de La Fraternidad, los docentes de UDA y otros gremios educativos de la CGT, los metalúrgicos de la rama de siderurgia y el personal de AYSA agrupado en el Sindicato de Obras Sanitarias, entre otros, pero, a diferencia de otras épocas, la CGT acompaña desde lo discursivo esos reclamos salariales y laborales.
La última reunión de la mesa chica cegetista para analizar sus próximos pasos fue hace tres semanas. Algunos de sus integrantes deslizan que esta semana podrían verse de nuevo las caras, justo en medio de la fuerte presión de distintos sectores sindicales para apurar la realización de otro paro general. Pablo Moyano (Camioneros), uno de los cotitulares de la CGT, se apresuró una vez más al sostener, sin el aval de sus colegas, que la nueva protesta se hará “a fines de marzo o principios de abril”. Sus aliados en la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) concretarán un plenario el 26 de este mes para resolver una posición más dura contra el Gobierno, e incluso sus rivales de la Unión General de Asociaciones de Trabajadores del Transporte (UGATT) decidieron algo similar para el miércoles próximo, unidos al líder del Sindicato de Gastronómicos, Luis Barrionuevo, con el claro objetivo de pedirle a la CGT que decida en forma urgente una medida de fuerza.
“Ya lo desactivamos”, dijo un miembro del sector dialoguista de la CGT sobre la jugada de las dos agrupaciones sindicales del transporte. Pero para eludir que las presiones se reactiven y se intensifiquen haría falta que Cordero llame a dialogar lo antes posible a la central obrera. Y, a la vez, no condicionarlo desde la central obrera con la fecha puesta de otro paro general. El mensaje que le daría el Gobierno a la plana mayor de la CGT es contundente: “No negociaremos bajo presión”.
Para el ala dura del Gobierno, los vaivenes internos de la CGT están relacionados con el congreso para renovar autoridades cegetistas que se hará en el segundo semestre de 2025. La carrera para ocupar los principales cargos se anticipó y por eso hay sobreactuaciones en muchas de las posturas de los dirigentes, según interpreta el oficialismo. ¿Quieren seguir Héctor Daer, del sector de “los Gordos”, y Carlos Acuña (estaciones de servicio), del barrionuevismo, en el triunvirato de conducción? Por ahora, el que tiene una mayor exposición pública, en un papel de vocero de la CGT que sus pares no saben (o no pueden) neutralizar, es Pablo Moyano. ¿Se encamina a convertirse en el único líder de una CGT radicalizada contra Milei? Es lo que le gustaría evitar no sólo al Gobierno. Muchos de los sindicalistas son conscientes de que no pueden quedar atrapados en la dinámica del paro perpetuo.