Criar con empatía, el secreto de una infancia emocionalmente fuerte
La empatía en la infancia no es solo una habilidad social, sino un componente esencial del desarrollo emocional y psíquico.
El entorno familiar, las experiencias tempranas de apego y la calidad de las relaciones interpersonales son determinantes clave en su desarrollo. Los niños empáticos tienden a ser más resistentes a los avatares de la vida, tener mejores relaciones interpersonales y menor riesgo de desarrollar problemas de salud mental en la adultez, según diversos estudios. También el contexto social, incluyendo la escuela y la comunidad, puede potenciar o inhibir el desarrollo empático.
Todos los que conocemos y también quienes trabajamos junto a niñas y niños pequeños, sabemos de esa predisposición a cuidar al peluche, darle de comer y acunarlo, animándolo y proyectando lo que supone que necesita alguien como ellos, se va adquiriendo a lo largo del desarrollo.
Es común observar que, ante una situación donde alguien se lastima, la primera reacción de los pequeños sea preguntar si le duele, lo que refleja una búsqueda inmediata de conexión con el malestar del otro.
Se han vuelto virales varios videos donde niños muy pequeños abrazan o consuelan a otros niños que están llorando o enojados y logran tranquilizarlos. Este comportamiento espontáneo es una manifestación de la empatía: la capacidad de ponerse en el lugar del otro y reconocer sus emociones.
En el artículo ”La empatía en la primera infancia” de María Celeste Gómez, la autora hace un desarrollo del concepto a lo largo de la historia y menciona que fue en el siglo XVIII Robert Vischer fue quien introdujo la palabra alemana Einfülung, la cual hace referencia a “sentirse dentro de”.
También hay otro concepto ligado al psicoanálisis desarrollado por François Jullien y es de disponibilidad: el filósofo francés señala que en la tradición china, la sabiduría no radica en imponer juicios o dominar la situación, sino en vaciar la mente y estar abierto a lo que el entorno nos ofrece sin intentar controlarlo.
Este concepto también tiene resonancias con la “atención flotante” de Freud, donde el analista debe estar disponible para recibir, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, las emociones y palabras del paciente.
En este sentido, la disponibilidad puede verse como un complemento esencial de la empatía. Mientras que la empatía implica ponerse en el lugar del otro, la disponibilidad nos invita a estar abiertos a la experiencia del otro sin intentar categorizarla o entenderla de inmediato. Es un acto de presencia y de receptividad que permite una conexión más profunda, sin la urgencia de intervenir o interpretar. En lugar de solo “comprender” al otro, la disponibilidad nos permite simplemente estar con el otro, respetando su espacio emocional y permitiendo que surjan nuevas formas de entendimiento.
En los niños y niñas, la disponibilidad y la empatía surgen de manera natural. Recoger un gatito de la calle “porque tiene frío”, buscarle compañía a un muñeco para que no se sienta solo, o estar abiertos a recibir las emociones de los demás sin juzgar, solo ofreciendo apoyo, son gestos que brotan espontáneamente en la infancia. En esos primeros años, la ética que se manifiesta no tiene comparación: es una ética del cuidado y la conexión genuina con el otro, libre de prejuicios y llena de compasión.
En la clínica vemos a los niños pequeños acunar suavemente a sus muñecos, hablarles cálidamente, esto es un signo diagnóstico del tipo de vínculo que le fue planteado desde su nacimiento.
En cambio, en historias de maltrato infantil y la exposición a la violencia en los primeros años de vida se ven afectadas gravemente el desarrollo de la empatía y la disponibilidad. Los niños y niñas que han sufrido abusos o negligencia suelen tener dificultades para procesar y responder adecuadamente a las emociones de los demás, lo que muchas veces afecta su capacidad empática.
Desde el nacimiento, las conductas del bebé tienden y necesitan una respuesta en sus padres y cuidadores primarios, para obtener su atención y de esta manera lograr la supervivencia.
El llanto, la sonrisa, los berrinches actúan sobre las respuestas afectivas de sus cuidadores, sirviendo de guía para recibir atención. La relación afectiva temprana entre el niño y su cuidador primario es crucial para el desarrollo cognitivo, social y emocional. Si esta experiencia de confort y cuidado llegara a faltar, podría dar lugar a personalidades con dificultades para experimentar afecto, incluso con rasgos psicopáticos.
El llanto repetido de un bebé que es ignorado por sus cuidadores puede tener consecuencias profundas en el desarrollo del sentido de sí mismo y en la capacidad para establecer relaciones emocionales estables. En los primeros años de vida, el cachorro humano depende completamente de la respuesta emocional y física de sus cuidadores para regular sus emociones y formar una imagen interna de seguridad. Si en esta etapa crítica no se estuvo lo suficientemente disponible o se fue empático frente a lo que el bebé experimentaba, se genera una carencia emocional enorme.
Cuando no se responde adecuadamente al llanto o las necesidades del bebé, este aprende que sus emociones no son validadas ni atendidas, lo que dificulta el desarrollo de la confianza básica en los vínculos afectivos y en sí mismo. Esto impacta no solo en su capacidad para autorregularse, sino también en la manera en que podrá establecer relaciones en el futuro… Este tipo de negligencia emocional genera una desigualdad afectiva desde los primeros momentos de vida, limitando las posibilidades de un desarrollo emocional equilibrado.
La escuela y el entorno social juegan un papel importante en el desarrollo de la empatía y la disponibilidad, programas como la Educación sexual integral (ESI) y otros que apuesten a la educación emocional ayudan a los niños y niñas a respetar, apoyar y escuchar a los demás.
Es fundamental reconocer que la empatía y la disponibilidad juegan un rol crucial en el desarrollo emocional de los niños y niñas. Cuando los cuidadores practican ambas cualidades, ofrecen un entorno seguro donde los niños pueden aprender a regular sus emociones, entender sus sentimientos y desarrollar relaciones cuidadosas. Además, este acompañamiento afectivo durante los primeros años no solo fortalece su capacidad de resistencia ante la frustración, sino que también sienta las bases para su bienestar cognitivo, social y emocional a corto y largo plazo.
La empatía y la disponibilidad hacia el otro no son solo herramientas para la crianza, sino pilares en la construcción de un mundo más conectado y compasivo.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.